Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y titular de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Los cristianos hemos comenzado el Tiempo de Cuaresma. Son cuarenta días que van del Miércoles de Ceniza al Domingo de Ramos. El número 40 evoca momentos importantes en la historia del Pueblo de Dios: 40 días duró el diluvio, 40 años para atravesar el desierto desde Egipto a la Tierra Prometida, y también 40 días ayunó Jesús en el desierto después del Bautismo y antes de comenzar su vida pública.
Como vemos, son momentos muy importantes de cercanía con Dios, de peregrinación, de llamado a la conversión. Si miramos con calma la propia vida, vamos a encontrar cosas que tenemos que cambiar: un vicio, un rencor, alguna mala actitud, pecados que van poniendo raíces en el corazón.
El miércoles pasado en las misas de las Parroquias y Capillas se realizó el Rito de las cenizas. Ellas se obtuvieron de la quema de los olivos que se bendijeron el Domingo de Ramos del año pasado. Se simboliza así que, con las mismas ramas que usamos para aclamar a Jesús, ahora las imponemos sobre nuestras cabezas en señal de penitencia. Hace siglos, cuando alguien cometía una falta muy grave se vestía de arpillera y se cubría con cenizas como muestra de reconocer el mal realizado y estar arrepentido. Con este rito realizado el miércoles, todos expresamos la necesidad de conversión.
La Iglesia nos vuelve a leer la enseñanza de Jesús en el Sermón de la montaña: rezar al Padre que ve en lo secreto, hacer ayuno sin hipocresía y dar limosna para ser solidarios con los pobres. (Mt 6, 1-18) Este primer domingo de Cuaresma rezamos viendo a Jesús tentado en el desierto después de ayunar 40 días. En su victoria nos fortalecemos y apoyamos nosotros, sometidos a diversas pruebas debido a las fragilidades que arrastramos.
Todos los años el Papa escribe un mensaje para la Cuaresma. Esta vez como lema propone un pasaje de la Carta a los Hebreos: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras”. (Hb. 10, 24)
El Santo Padre nos alienta a no estar encerrados cada uno en su mundo, sino estar atentos a lo que pasa a los demás. Lamentablemente nos dice que “con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada»”.
Debemos mirar a los hermanos, estar atentos a lo que les pasa, porque sabemos que Dios los ama infinitamente.
Nos recuerda Benedicto XVI que la Palabra de Dios “nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás”. “¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás.”
No podemos “hacernos sordos al grito del pobre”.
Que tengamos un santo tiempo de Cuaresma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario