viernes, 17 de febrero de 2012

MENSAJE DE CUARESMA 2012: Vivir la fe en la comunidad eclesial

Cuaresma es tiempo de ahondar el sentido de la fe para vivir más plenamente nuestra vocación cristiana. Es tiempo de escucha de la Palabra , de oración y conversión, de privaciones y caridad, como de una espera confiada en la alegría de la Pascua que da certeza a nuestro caminar. No somos peregrinos hacia algo incierto, somos testigos de una Vida Nueva que se nos ha dado en Cristo. La meta siempre será llegar: “al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). Esta tarea supone tomar conciencia de nuestra fragilidad, pero sobre todo de la gratuidad del don de esa Vida Nueva que se nos ha dado en Jesucristo. Reconocernos en el marco de esta realidad dada es el principio que da sentido y fuerza a nuestra vocación cristiana. Desde la fe nos abrimos a este amor creador y redentor de Dios. Nuestra tarea siempre deberá partir de la certeza del don recibido, sea en el orden de la creación como de la redención. No partir de lo dado es desconocer la verdad y las posibilidades de lo que somos.

La tarea de nuestro crecimiento espiritual necesita de esta referencia a Jesucristo como don de Dios, pero también de la obra y el esfuerzo de nuestro trabajo. Ni voluntarismos ni espiritualismos, sino compromiso desde la fe con la presencia viva de Jesucristo que nos transforma por la fuerza del Espíritu Santo. Comprender esta relación entre el don recibido y nuestra tarea, nos aleja de toda utopía constructivista que nos hace pequeños dioses, como de toda actitud que no valora la obra del hombre. Dios no ocupa el lugar del hombre, lo ilumina y lo eleva con su gracia. La fe, que nos descubre en esa relación filial y personal con Dios, nos muestra nuestra grandeza y posibilidades. Por ello, un verdadero humanismo al hablarnos de la dimensión espiritual del hombre nos debe hablar, también, de la importancia del esfuerzo personal como de las necesarias condiciones que permitan su realización. En este marco se comprende el significado del bien común que es: “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (G.S. 26). Desde esta perspectiva podemos hablar de la correcta relación de lo religioso con lo político o social. Lo religioso, como parte de la dimensión espiritual del hombre, necesita del ámbito de lo público para su realización. No hablamos de un privilegio sino de un derecho.

Este año la Iglesia se prepara a vivir la convocatoria del Santo Padre para celebrar el Año de la Fe , que comenzará el próximo 11 de octubre y concluirá el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Cristo Rey. En la Nota que el Santo Padre encargara a la Congregación de la Doctrina para la Fe se nos recuerda que su objetivo es: “contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, para que todos los miembros de la Iglesia sean testigos creíbles y gozosos del Señor resucitado, capaces de indicar la puerta de la fe a tantas personas que buscan la verdad”. Como vemos su finalidad tiene un profundo sentido personal de conversión pero es, además, un fuerte llamado a vivir esa misma fe en su apertura misionera: ser puertas creíbles de la fe. Esto me lleva a plantear el tema de la vivencia de la fe en lo concreto de cada comunidad.

La fe es un don que debemos agradecer y cuidar. Ella le da un sentido profundo a nuestra existencia; desde la fe somos alguien dentro del plan providente de Dios. La fe nos hace partícipes de esa sabiduría, que es un don del Espíritu Santo, que nos permite conocernos como seres amados por Dios con un destino personal y trascendente. Mi origen es el amor creador de Dios, mi vida se desarrolla bajo su mirada providente que se hizo Vida Nueva en Jesucristo y se prolonga en la Iglesia , mi término será el gozo pleno ante su presencia. La mayor riqueza y sabiduría del hombre es el don de la fe. ¡Qué triste cuando ella se debilita en nosotros! Me empobrezco y dejo de ser testigo y luz para mis hermanos. Si bien es un don personal, la fe tiene una dimensión misionera y social que nos compromete.

¿Cómo cuidar y acrecentar este don de la fe? Considero que prestar atención a este tema es el primer acto de responsabilidad cristiana. No niego que sea importante cuidar nuestra salud e imagen física, pero también debe ser una preocupación nuestra vida de fe. Ambas merecen nuestra atención. Lo primero que les diría es algo simple, pero que hace a nuestra condición de seres creados: a la vida espiritual hay que darle tiempo durante el día, la semana, el mes, incluso el año…. ¿Cómo hacerlo? Aquí comienza un camino personal que debe jerarquizar nuestro tiempo espiritual y eclesial, pero que nunca deberá disminuir sino iluminar los compromisos propios de mi deber de estado. El primer lugar le corresponde a la Palabra de Dios, ella necesita tiempo y estudio. No es un objeto mágico para nuestra sensibilidad, es una Palabra que llega a nuestro corazón por el camino de la inteligencia. La respuesta a ella es un acto de fe que lleva a la conversión y nos introduce en ese diálogo fecundo con Dios que es la oración. El segundo lugar le corresponde a la vida de oración, que también necesita su tiempo. Finalmente les hablaría de la vida sacramental, como momento único y objetivo de gracia en nuestras vidas. En la participación de la eucaristía y en la frecuencia del sacramento de la reconciliación, la vida de fe se actualiza, se mantiene viva y crece.

La vida de fe también crece y se cuida, en el ejercicio de la caridad. Si la fe nos pone en contacto con Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad, el amor al prójimo, es su signo mayor: “En esto reconocerán, nos dice el Señor, que ustedes son mis discípulos” (Jn. 25, 35). Cuando la Iglesia nos habla de cercanía con los débiles y los pobres, lo hace desde su fidelidad a la vida, la doctrina y los sentimientos de Cristo Jesús. El Año de la fe, nos recuerda el Santo Padre, “será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad” (PF. 14). Es la fe la que da un sentido pleno a la caridad, porque le permite reconocer a Jesucristo en el hermano que sufre (cfr. Mt. 25, 40). En este sentido agrega que: “La fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda”. Ambas se necesitan mutuamente. ¡Cuánta vida de fe se marchita por ausencia de la caridad, y cuánto ejercicio de la caridad se vuelve hueco e infecundo por falta de fe! 

Estas reflexiones son las que me llevaron a poner como título a este Mensaje de Cuaresma: Vivir la fe en la comunidad eclesial. La fe católica sólo se puede vivir en la comunión de la Iglesia. La Iglesia no es un agregado a la fe, sino su expresión propia querida por Jesucristo. Somos piedras vivas de un templo del que Él es la piedra fundamental (cfr. 1 Ped. 2, 4-5). Ser piedras vivas de este templo es el desafío permanente del cristiano. Jesucristo no nos dejó una idea, nos dejó la Iglesia , es decir, una comunidad concreta asistida por el Espíritu Santo y a la que estamos llamados a participar. En la Carta Apostólica Porta Fidei, el Santo Padre nos dice: “Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido a favor de una nueva evangelización para descubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (PF. 7). Por ello, una fe que no se haga presencia y compromiso en la vida de la comunidad termina debilitándose, porque no responde al designio de templo vivo del que nos habla Jesucristo. A este aspecto eclesial de la fe siempre lo debemos examinar. Cuántos cristianos profesan su fe y la viven en sus prácticas religiosas, pero cuánta debilidad presentan sus comunidades. ¡Qué distancia con la letra y el espíritu de la carta que nos enviara el Santo Padre!

Queridos hermanos, estas reflexiones han nacido de la mirada y el corazón del pastor que preside esta Iglesia, y que los quiere acompañar en el camino de la fe. Ella necesita de intimidad con el Señor y de una profunda vivencia eclesial, pero es la Iglesia , también, la que necesita de nuestra generosa y comprometida presencia. Nuestro desafío será siempre, ser “piedras vivas” en lo concreto de mi comunidad eclesial. Confío que la lectura de este Mensaje nos ayude a vivir las exigencias eclesiales de la fe y a disponernos, como Iglesia diocesana, para celebrar este Año de Gracia al que nos convoca el Santo Padre. Reciban junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María Santísima, Nuestra Madre de Guadalupe.


Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz 



Los Algarrobos, Cuaresma 2012.

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