domingo, 15 de enero de 2012

Los pobres y Dios

por Oscar Campana (Laico. Bachiller en teología. Profesor en el Centro de Estudios Salesiano de Buenos Aires y en el Instituto Teológico Franciscano. Secretario de redacción de la revista Proyecto.Director responsable Vida Pastoral) 

Aunque el horizonte histórico de América Latina ya no sea el de las décadas anteriores y se vislumbren hoy más que vientos de cambio y de inclusión social, la mirada comparativa nos sigue ubicando como la región más desigual e inequitativa del planeta.

Hace ya muchos años, Don Pedro Casaldáliga nos decía: “Quedan los pobres y Dios...”. La síntesis de la expresión de Casaldáliga es la opción por los pobres que nace del Evangelio de Jesús.
La Iglesia en América Latina fue una de las más creativas en recepcionar el Concilio Vaticano II. Su principal intuición teológica y pastoral –la opción por los pobres– no quedó restringida al “berrinche” de algunos teólogos “inmaduros”: desde el espíritu de Medellín (1968), quedó consagrada en Puebla (1979) y asumida por Juan Pablo II, desde la Sollicitudo rei socialis (1988), como un paradigma de la Iglesia universal.

Desde la variedad de imágenes y categorías desde las que se abordó la cuestión, Gustavo Gutiérrez ha hablado de la “insignificancia” de los pobres: ellos ya no significan nada, más que un frío dato estadístico que da cuenta de cómo crece, incluso en los países del llamado Primer Mundo, el número de los que van quedando afuera de la fiesta. 

La opción por los pobres, expresión y dimensión eclesial parida con el dolor de tantos mártires en América Latina, aparece como el criterio evangélico básico en todas las circunstancias. Antes de pensar qué hacer la Iglesia debe responder a otra pregunta: dónde piensa estar. La presencia entre los pobres se transforma así en un elemento central de la espiritualidad cristiana, si es que con su vida los cristianos quieren dar testimonio de aquel Dios que como reiteradamente nos lo relata la Escritura escucha el clamor de los que sufren y termina identificándose con ellos en la cruz. Del lado de las víctimas. No de los victimarios.

La vida, el compromiso, la entrega y la reflexión que acompañaron y acompañan esta opción por los pobres se constituyen en una de las rocas firmes en que la Iglesia en América Latina asienta su misión. Esta es la forma en que muchos cristianos viven su fe y celebran al Dios que vino para que los hombres tengan vida y vida en abundancia. En ella, una de las fortalezas centrales de la praxis cristiana latinoamericana, radica, quizá, el futuro de nuestra Iglesia. El desafío consistirá, entonces, en saber reconocer el camino recorrido, profundizarlo y hacerlo celebración en nuestra vidas, en la historia de nuestros pueblos y en nuestros corazones. 

Anticipo de la vida nueva, en la que los últimos serán los primeros, la Iglesia en nuestro continente hace –y debe seguir haciendo– del compromiso con los últimos de la sociedad la razón cotidiana de su misma existencia, de su mente, de su corazón y de su praxis. 

La enseñanza de la Iglesia ha sido pródiga en declaraciones que ponen a los pobres en el centro de la preocupación de la comunidad cristiana. Tenemos documentos papales, documentos del episcopado latinoamericano y documentos del episcopado Argentino. Pero, sobre todo, tenemos a los pobres y a Dios, que nos llaman constantemente al compromiso, a la conversión, es decir, a mirar la realidad desde una nueva y distinta perspectiva: desde abajo, desde el reverso de la historia, desde la negación de la vida del hombre, desde la otra cara de la moneda, desde la vergüenza misma de la sociedad, que a veces pretende no recordar una de las primeras preguntas que Dios lanzó a los hombres: ¿“qué has hecho de tu hermano”? (Gn 4, 10). 


Publicado en la revista Vida Pastoral de San Pablo 

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