Navidad es la Fiesta de la cercanía humana de Dios que llega a nosotros en su Hijo Jesucristo. Dios no abandona al hombre, vino a buscarlo de un modo único y nuevo en Belén, para ser su camino y hacerlo partícipe de su vida. Ya no caminamos solos. La realidad de este hecho histórico tiene como destinatario a todos los hombres, no es patrimonio de algunos. La fe, que es la que nos permite comprender el sentido pleno de este acontecimiento, es la que nos compromete a proclamarlo a todos.
El vino para un encuentro personal con cada uno de nosotros. San Pablo, le decía los cristianos: "estoy sufriendo hasta que Cristo sea formado en ustedes" (Gal. 4, 19). Esto significa que el Misterio de Navidad se realiza en nosotros, concluye el Catecismo: "cuando Cristo toma forma en nosotros y se realiza, así, ese admirable intercambio en el que Dios se hace hombre y el hombre participa de misma vida de Dios" (cfr. CIC. 526).
Esta presencia de "Dios con nosotros" que celebramos en Navidad, lamentablemente, no ha llegado a transformar la vida del hombre y no ha creado las condiciones de una sociedad nueva. Siguiendo a san Pablo podríamos decir que Cristo aún no ha llegado a "tomar forma" en nosotros. Tal vez permanece como una idea más, junto a otras, pero no como una presencia que todo lo transforma. La gloria de Dios es la dignidad del hombre. Son muchos los signos que hoy nos hablan de la ausencia de Dios. Pienso en los atentados contra la vida que son una ofensa a la dignidad de la condición humana. Comenzando por la vida por nacer que necesita del cuidado y la tutela jurídica de su primer derecho, y encuentra como respuesta política la posibilidad del aborto, siguiendo por el cuidado de la niñez que vive las consecuencias de una sociedad enferma, que ha llegado en el maltrato hasta la muerte. No puedo dejar de mencionar en esta mirada de la realidad el avance de la droga que deteriora y mata a muchos jóvenes. Que triste tener que hablar de estos temas en Navidad, pero ellos ocupan un lugar tristemente actual en la vida de los argentinos.
Esta lectura de la realidad no puede disminuir, sin embargo, nuestra esperanza que se basa en la presencia de Dios y en el triunfo del bien. En Navidad celebramos el compromiso definitivo de Dios con el hombre, que se hace vida en la historia a través de la fuerza del Evangelio, y que actúa desde dentro del hombre renovando: "los criterios de juicio, los valores determinantes, las líneas de pensamiento y los modelos de vida del hombre contemporáneo" (cfr. CIC. 523). El mayor drama del mundo está marcado, decía Pablo VI: "por una ruptura entre el evangelio y la cultura". Este es un desafío para la Iglesia y para cada cristiano. Lejos de lamentarnos y añorar con nostalgia el pasado, debemos ser testigos de una esperanza que se apoya en la certeza de la presencia de Jesucristo. La misión de la Iglesia es proclamar, con humildad y fortaleza, esta verdad del Evangelio que es vida para el hombre y principio de transformación para el mundo.
Que en esta Navidad comencemos a hacer realidad en nuestra familia y amigos, el mensaje de amor, de solidaridad y de paz que nos trajo el Niño de Belén. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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