Hay una gran relación entre la Familia, la Iglesia y la Sociedad. No sólo porque los mismos individuos concretos formamos parte de ellas, sino porque lo que sucede en una repercute también en las otras. Decimos –y seguramente lo aprendimos en la escuela– que la familia es la célula básica de la sociedad. A la familia la llamamos “Iglesia doméstica”. A la Iglesia la entendemos como “familia de los hijos de Dios”. Queremos que la sociedad a nivel global sea “una misma familia humana”.
Intentaré describir en tres reflexiones algunas características de la cultura que inciden de manera especial en la familia y en nuestras comunidades.
Al mirar nuestra realidad, percibimos que estamos insertos en una cultura que no nos habla de unidad o de universalidad sino de división, y más aún, defractura o fragmentación.
Antes de la caída del Muro de Berlín en Noviembre de 1989, el mundo se presentaba dividido en dos grandes bloques que se apoyaban en ideologías antagónicas. La caída del Muro provocó un cambio en la realidad política a nivel mundial.
Avanza el fenómeno de la globalización, pero sus beneficios llegan sólo a una franja de la sociedad, mientras que otra queda excluida, considerada sobrante o desechable.
Estas mismas realidades de división y de fragmentación ocurren en la experiencia espiritual. Los autores clásicos de la espiritualidad, inspirados en San Pablo, tenían plena conciencia de la división que se da en el interior del hombre. San Pablo mismo lo dice en una de sus Cartas: "Veo el bien que quiero y hago el mal que no quiero"(Rm.7, 19), y los autores clásicos de espiritualidad lo expresaban diciendo "Estoy, siendo uno solo, dividido”.
Hoy, cuando se le pregunta a un adolescente o joven “¿cómo estás?", en lugar de responder "bien" o "mal", pregunta "¿en qué?". Y después de charlar un poco, te dice que está con su familia, bien; en el estudio, mal; en el trabajo, más o menos; con los amigos, bien con algunos y mal con otros; en su relación de noviazgo, también con vaivenes. Existe una dificultad de encontrar la unidad personal y decir "estoy bien" o "estoy mal". La experiencia de la fragmentación es vivida también en el ámbito de lo espiritual o del estado de ánimo.
Estamos en un "clima" de fractura o fragmentación: división en lo social, en lo personal, en lo familiar, y también en lo eclesial. Esta experiencia va atravesando todos estos ámbitos, desde los más pequeños hasta los más amplios. La persona que se siente fragmentada genera vínculos “flojos”, relaciones esporádicas y superficiales; emotivamente intensas, pero fugaces.
Se percibe un fuerte individualismo. Una frase muy escuchada lo expresa claramente: “con mi vida hago lo que quiero”.
La sensación de fractura o fragmentación muchas veces nos lleva a cerrarnos, encapsularnos o a tener una cierta dificultad para el trabajo en común.
En nuestra sociedad –y también en nuestra Iglesia– se observa, por un lado, la dificultad que encontramos en poder construir con otros, y por otro lado, la facilidad que tenemos en buscar hacer aquellas cosas que sólo dependan de uno mismo.
Se escucha a veces esta formulación: "Yo me puedo hacer cargo sólo de lo que de mí depende, de lo otro, no". De algún modo es razonable. Pero detrás de esa frase está la idea de que uno puede construir solo algo concreto y palpable, reducido en espacio y tiempo. Y es así que también se escucha: "No me pidan que comparta con otros la responsabilidad”. De esta manera es muy difícil tener un proyecto de país o un programa diocesano o regional.
Adelantándome un poco a algunos aspectos que desarrollaré en los próximos domingos, tenemos caminos para andar en medio de estas situaciones:
En la Familia: fortalecer los vínculos entre esposos, padres e hijos, hermanos.
En la Iglesia: comprometernos en la comunión y la misión.
En la sociedad: la amistad social que nos permite renovar el deseo de un Bicentenario en Justicia y Solidaridad.
¿Nos animamos a construir juntos estemos donde estemos?
Columna de opinión de monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, publicada el 4 de diciembre de 2011
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