Iniciamos en esta Eucaristía la 103° Asamblea Plenaria del Episcopado Argentino. Este hecho es, ante todo, un motivo de gratitud a Dios. Venimos para expresar nuestro afecto colegial, guiar la acción evangelizadora de la Iglesia y afianzar nuestros lazos de comunión. Es un encuentro de pastores llamados a iluminar y a servir desde la Palabra de Dios el camino de la Iglesia en la Argentina. Necesitamos abrirnos con docilidad al Espíritu de Dios para ser discípulos del Señor en nuestro servicio. La imagen de Esteban, que acabamos de escuchar, es elocuente cuando se nos dice de él que, como hombre invadido por el Espíritu de Dios, todos: "quedaban admirados frente a la sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su palabra" (Hech. 6, 10). La primacía de Dios era su fuente, su fortaleza y confianza.
Ante la pregunta de sus discípulos sobre qué debían hacer para realizar las obras de Dios, Jesús les responde: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn. 6, 28). Este evangelio nos invita a renovar nuestra fe en el encuentro con Jesucristo, que es el bien más precioso de la Iglesia. Ella existe por la fe y vive para trasmitirla. En el marco del Año de la Fe , al que el Santo Padre nos convoca, nuestra Asamblea Plenaria adquiere un significado particular. Los obispos somos, ante todo, hombres de fe; somos creyentes llamados a servir la fe de nuestros hermanos. Es tiempo de gracia y purificación, tiempo de oración y fortalecimiento en la misión que se nos ha confiado. La finalidad del Año de la Fe es hacer de nosotros y de toda la Iglesia : "testigos creíbles y gozosos del Señor resucitado, capaces de indicar la puerta de la fe a tantas personas que buscan la verdad". Poner a alguien en contacto con Jesucristo es el primer acto de amor que humaniza y da sentido a su vida. Esta invitación refuerza el camino de la Misión Continental que nos señaló Aparecida y que venimos realizando.
La fe no es sólo algo interior, sino que implica un modo de vivir, debe hacerse cultura. "Una fe que no se hace cultura, nos recordaba el beato Juan Pablo II, es una fe no plenamente vivida ni totalmente asumida". La sabiduría del evangelio debe iluminar toda la vida del hombre. Frente a las dificultades que nos puede presentar un mundo alejado de Dios, no cabe la nostalgia del pasado sino el testimonio de una esperanza que se apoya en la certeza de nuestra fe en Jesucristo, que es el mismo: "ayer, hoy lo será siempre" (Heb. 13, 8). Cristo, que es lo más actual para el hombre y la medida de todo lo humano lo es, también, de la cultura. La fe no se impone, se ofrece como un don que busca la libertad del hombre. Su fuerza no es el
proselitismo sino la atracción de la presencia y la belleza de su mensaje, que es la Persona misma de Jesucristo.
La cultura, como realidad dinámica que abarca la totalidad de los ámbitos en los cuales el hombre desarrolla sus "cualidades espirituales y corporales" es, además, el medio necesario para que el hombre y la sociedad alcancen "un nivel verdadera y plenamente humano" (cfr. GS 53). Hay definiciones y opciones llamadas a convertirse en leyes que, por su significado modélico en el ordenamiento jurídico de la sociedad, orientan el nivel de una comunidad y configuran una cultura. Esto no es ajeno a la fe en Jesucristo ni a la presencia de la Iglesia en el mundo. Elevar nuestra palabra en temas que hacen a la dignidad del hombre en la defensa de la vida en todo su desarrollo, como el valor de la familia fundada sobre el matrimonio junto a los derechos del niño, es un deber que nos compromete como hombres de fe en el ejercicio de nuestra responsabilidad pastoral.
En esta línea hemos destacado, en nuestras recientes Orientaciones Pastorales, la importancia de la relación entre Fe y cultura como un desafío y un servicio de la Iglesia en el mundo. En este ámbito adquiere toda su importancia el valor de la Catequesis como camino de la Iniciación Cristiana y de la Educación en todos sus niveles. No podemos hablar de evangelización y diálogo con la cultura si no partimos de la necesidad de ahondar el contenido de la fe por el camino de la formación. La primacía y la centralidad de su Palabra, como acontecimiento siempre nuevo que da vida y solidez a la fe, es nuestro primer servicio al hombre y la cultura. En este sentido la próxima celebración del IIIº Congreso Catequístico Nacional en Morón es una gracia que nos habla de la importancia de un sólido Itinerario Catequístico Permanente, que permita descubrir la vocación cristiana desde la vivencia de la fe en la inserción de la vida en cada comunidad eucarística dominical.
En la convocatoria al Año de la Fe el Santo Padre nos recuerda, además, que: "La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente" (PF 14). No cabe hablar, por ello, de una cultura cristiana que no tenga en la caridad su expresión mayor y comprobación. Cuando la Iglesia nos habla de "la solidaridad particular con los débiles y la opción preferencial por los pobres" (LPNE 32), no lo hace desde una postura ideológica sino desde un compromiso de fidelidad al evangelio. Nuestra cercanía al pobre, al que sufre, nace de una profunda actitud de fe, "que nos descubre el rostro del Señor en aquellos hermanos nuestros con quienes él se ha identificado y desde quienes nos interpela" (LPNE 27). Fe y Caridad, Verdad y Amor, es la fuente donde abreva la cultura cristiana.
En este marco las metas que nos propusimos en el camino hacia un: "Bicentenario en justicia y solidaridad", mantiene toda su actualidad. En ellas, el estudio y la docencia de la Doctrina Social de la Iglesia , como reflexión que nace del encuentro del evangelio con la realidad, adquiere un lugar relevante. Ella nos presenta una riqueza doctrinal orientada al desarrollo integral del hombre, a la vida de las instituciones en el marco del Bien Común, como a la equidad en las relaciones sociales. El reciente Congreso de Doctrina Social en Rosario, fue expresión de esa presencia y servicio de la Iglesia.
En esta rápida mirada a algunas opciones de nuestra Iglesia en Argentina, no puedo dejar de mencionar un tema más íntimo, tal vez más doméstico, pero no menos importante en la preocupación de nuestro ministerio episcopal. Me refiero al valor y necesidad de las vocaciones consagradas y sacerdotales. Es sugerente, al respecto, el lema que el Santo Padre ha elegido este año para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: "Las vocaciones don de la caridad de Dios". La vocación tiene su fuente en Dios y se concreta en un llamado al servicio de su pueblo. A este tema lo hemos propuesto como un ámbito pastoral prioritario. En cuanto don reclama nuestra oración, pero como respuesta necesita crear las condiciones que permitan que el llamado sea reconocido, valorado y escuchado. Se abre aquí todo un camino creativo y estable de trabajo vocacional a nivel de toda la vida de la Iglesia.
Queridos hermanos, iniciamos con gozo una nueva Asamblea Plenaria. Venimos con nuestras preocupaciones pastorales, traemos las inquietudes de nuestras comunidades y agentes de pastoral, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos; conocemos la realidad con las urgencias, necesidades y esperanzas de nuestra gente. Pidamos al Señor la asistencia de su Espíritu, para que sea él quien oriente nuestras reflexiones y decisiones. Que María Santísima, Nuestra Madre de Luján, nos acompañe y enseñe a ser discípulos y misioneros de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina